Capitulo 16 Anuk

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Anuk comenzó a desmaquillarse tranquilamente. Rehusó amablemente la compañía de sus esclavas y tranquilamente fue despojándose del maquillaje, de sus joyas y de su ropa. Se tumbó en su cómodo lecho, y dejo volar su imaginación. Sabía que cuando lo deseara podría abrir el papiro y ver cuál era el poema que había escrito el “amigo” de Tutanhatón, pero quería generar más expectativa. Se divertía pensando en la posibilidad de que no hubiera ningún amigo y que el pequeño príncipe le hubiera dedicado sus primeros versos, sin dado algo muy tierno por su parte. Por el contrario fantaseaba con la idea de que alguien cercano a ella, pudiera estar utilizando un cauce poco usual para llegar a su corazón. Tal vez Kal –el había dado un paso adelante y viendo que el fin del horizonte de Atón y el reinado de Akenatón estaban cerca, quería mostrar sus cartas antes de que fuera demasiado tarde.
Mientras contemplaba el infinito manto de estrellas, comenzó a recordar con cierto rubor los sueños que habían sido tan recurrentes las semanas pasadas, cuando la comitiva griega y los sacerdotes de seth campaban a sus anchas por palacio. Poco a poco fue prescindiendo de recuerdos que pudieran distorsionar el camino que estaba buscando, lo que trataba de evocar, se dio media vuelta y asió con fuerza una pequeña jarra con agua fresca. Hacía mucho calor y Anuk se volvió a tumbar, esta vez con la jarra fresca sujetada entre sus muslos, mientras con su mano derecha iba a la jarra de vez en cuando para recoger algunas gotas de agua y refrescarse. Tras esta pequeña pausa Anuk volvió a contemplar las estrellas y comenzó a imaginarse un inmenso mar azul, se concentró tanto, que las gotas de agua que dejaba caer de cuando en cuando por sus muslos, le evocaban el mismo mar. Quería encontrar un espacio donde poder irse y dejar su mente en blanco, pero últimamente siempre acababa allí en el mar, en un mar inmenso que inundaba sus sentidos trasportándola. Sabía que había dejado tareas pendientes, y le mataba la curiosidad por saber que había escrito en el papiro, pero quería alargar más esa sensación, estaba esperando a volver a soñar con él. Esa era la verdad, ni el faraón, ni Kal –el, ni siquiera la duda de saber si habría un mañana, lo que hacía agitar el corazón de Anuk era el recuerdo del joven sacerdote de Seth, de su pelo rojo, y sus ojos azules. Todos decían que era peligroso, -“No es uno de los nuestros Anuk”- le había repetido Kal-el varias veces.
El ruido de la jarra al romperse contra el suelo, despertó a la joven Anuk de inmediato. Durante unos segundos miro alarmada en derredor suyo, pero no vio nada preocupante, salvo los trozos de la jarra y el agua derramada en el suelo. Sus criadas entraron rápidamente y una vez comprobaron que todo estaba bien, volvieron a irse. Ruth se había dedicado a poner freno al ímpetu de los guardias por entrar, ya que ningún varón podía ver a Anuk desnuda, si no quería perder la vida. Una vez pasado el susto, las criadas terminaron rápidamente de adecentar de nuevo la instancia y se despidieron de la joven. Anuk se había desvelado y se veía incapaz de volver a dormir, así que encontró ese momento ideal, para abrir el papiro y leer el poema. Le desenrollo cuidadosamente y lo extendió sobre la pequeña mesa de su habitación, se sentó sobre sus rodillas y comenzó a leerlo.



Dicen que caminas entre sombras, que ya no recuerdas mi nombre
Dicen que una vez fuiste amante y esposa de un hombre sin miedo
Pero también dicen que te arrebataron tu vida consumiéndola en el fuego
Dicen que viviste en un paraíso ya perdido, olvidado, que nunca será hallado
Si todo eso es cierto, entonces desafiaré a la muerte, por volver a verte
No encontrare consuelo en esta tierra infamé hasta que su sangre derrame
Pagaran con creces sus pecados, por conseguir que me hayas olvidado
No habrá dios en este mundo que soporte mi ira contra el viento del Norte.


Anuk se quedo pensativa, sin duda no esperaba un poema así evocando un pasado incierto.
¿Quién sería entonces el misterioso amigo del pequeño príncipe?, la teoría de Kal- el cobraba más fuerza, aunque Anuk sabía que aunque sentía algo por él no era lo mismo que sentía por el joven sacerdote de Seth. Si todo se iba a destruir, si conseguía salvar su vida y dejar su Maat intacto, entonces, dejaría Egipto, ya lo había decidido, buscaría un lugar rodeado de mar y dejaría el desierto para siempre.
Todavía no había amanecido, la luna llena iluminaba con fuerza las calles de la ciudad. Desde la ventana de palacio Anuk contemplaba su mundo, aunque ella no sabía que no era la única persona que lo estaba haciendo. A tan solo unos cuantos metros, subido al techo de uno de los templos de Atón, una figura desafiaba al firmamento con extraños canticos. Anuk salió de su habitación hacia la terraza más cercana, quería ver más de cerca el espectáculo. Cuando sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la luz de la luna y comenzaba a ver mejor, el cielo se rompió en pedazos y una fuerte lluvia descargo sin piedad sobre la ciudad. Anuk se quedo allí impertérrita, empapándose, no quería perder de vista a aquel que sin duda había provocado a los dioses. El agua se le metió en los ojos y tuvo que aportarse le pelo y parpadear varias veces, para poder enfocar de nuevo la vista. Fue en ese preciso instante cuando perdió de vista la misteriosa figura.

Cuando volvió a su habitación, encontró el suelo mojado con marcas de pisadas. Alguien había estado allí. Recorrió la instancia para ver que estaba todo en su sitio y no faltaba nada. Pero no solo no faltaba nada, sino que al recoger el papiro y enrollarlo encontró un extraño colgante de un material que no conocía, pero que era brillante como el ámbar y de una factura y talla increíbles. Lo observo durante un tiempo, cuando lo toco con sus manos, sintió la necesidad imperiosa de ponérselo, y al hacerlo una voz resonó en su mente

-No te lo quites bajo ningún concepto Anuket.