Cuentos del Paraíso Azul 2

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Cuando era pequeño, el joven Kentu soñaba con el mar. Se había criado cerca del gran lago del sur, y paso su infancia aprendiendo junto a sus padres y hermanos los valores manados de la adoración a Sobek. Conocía la tradición y conocía bien el oficio de la familia, que se había dedicado con esmero al cultivo de árboles frutales durante varias generaciones. Pero sus padres tenían reservada una gran e insólita sorpresa para él, que cambiaría su vida para siempre. Cuando aún era un adolescente, Kentu fue llamado por sus padres una noche de luna llena. Le comunicaron que Anubis le había bendecido con un don, el de poder caminar junto a los hijos del dios por el desierto. El joven sufrió su primera transformación esa misma noche y recibió con orgullo es preciado legado. En poco tiempo se convirtió en el protector de la tribu, y conoció a más cambiantes como él, a más hermanos, todos ellos, eran ahora y por siempre hijos de Anubis. Cuando llego la hora de contraer matrimonio, Kentu pudo elegir sin condiciones a su esposa. Era el líder de la manada y el cambiante más respetado. Durante más de tres días estuvo recibiendo ofrecimientos de matrimonio, que iba rechazando con educación, pero con un cierto aire de pesadumbre, pues no encontraba a la mujer ideal para formar una familia, Kentu se sentía solo e incomprendido, estaba buscando algo pero no sabía el que. Lideraba a su manada y hacía el amor con diferentes mujeres. Cazaba, mataba y honraba a los dioses, su vida era plena, aunque todavía no había encontrado a su compañera de viaje. El tiempo paso, y como la flor del cactus que brota efímeramente, la ilusión se fue apagando de la vida cotidiana de Kentu. Estaba a punto de cumplir ya los veinticinco años, sin duda una edad muy avanzada para no haberse casado y haber sido padre, algo que no gustaba a los más ancianos del lugar. Fue entonces, cuando una noche después de haber dado muerte a unas gacelas, en una de sus partidas de caza, mientras se encontraba descansando, se topó con un joven de cabello rojo, que deambulaba cerca del lago.

-Acércate al fuego si quieres, y caliéntate joven, la noche puede acabar con alguien como tú, si no es precavido- Kentu era hospitalario por naturaleza y no dudo en compartir con el visitante, el fuego y la comida.

- Te lo agradezco, pero me quedaré aquí, aunque el calor del fuego es acogedor, prefiero el abrigo de la noche, se cómo moverme en estas devastadas tierras. El joven se sentó a un par de metros del fuego, y se recostó mirando las estrellas.
- Toda tu vida has estado buscándola ¿verdad Kentu?- El joven continuaba mirando las estrellas mientras del suelo dos pequeñas serpientes jugueteaban en una danza macabra junto a sus pies.

El joven cambiante no se altero, sabía que la noche del desierto guardaba en sus entrañas criaturas que ningún hombre podría soñar, seres tan poderosos y tan viejos, que el mismo mundo, los vio nacer junto a ellos, sin duda Kentu, sabía que ese joven no era un simple caminante de desierto.
-Pero no la he encontrado. Creo que nunca existió, solo recuerdo su perfume. Kentu cerró los ojos y extendió su mano derecha para intentar tocar algo, pero solo encontró el vacio de la noche.

- Buscas algo imposible Kentu, pues no es el perfume de una mujer lo que anhelas, sino el olor de los jardines colgantes de la ciudad que te vio nacer, el ruido de sus habitantes al salir de la gran Casa del Tiempo, el recuerdo de la sonrisa de Anuket, y de aquella vez que nadamos juntos hasta el séptimo anillo.

Kentu comenzó a llorar, sus lagrimas le abrasaban el rostro, poco a poco se daba cuenta de lo que había perdido. Todos los recuerdos comenzaron a agolparse en su mente y una puerta que había permanecido cerrada se abrió, y el recuerdo de una vida anterior emergió en su memoria como un terremoto. Kentu se puso en pie y aulló con todas sus fuerzas a la luna, su alma se estaba desgarrando. Fue entonces cuando busco con su mirada al joven, el cual también se había puesto en pie.

-Sutej, ¡eres tu!, no puede ser, no puede ser. Kentu se abalanzo sobre el y le abrazo con fuerza mientras le zarandeaba.

-Sutej… hace tantos años que nadie me llama por mi verdadero nombre que casi lo olvido. ¿Recuerdas el Gran Azul?, ¿lo recuerdas Inpu?
Las lagrimas de Kentu, no dejaban de brotar, palpaba el rostro de Sutej, mientras le abrazaba una y otra vez, era sin duda el día más feliz de su vida. Tenía un millón de preguntas que hacer y mil cosas que comentar, se sentía de nuevo conectado al mundo, ahora si podía ser feliz.

Los dos viejos amigos compartieron el fuego esa vez, y muchas otras a lo largo de la vida de Kentu. Una vida que fue plena, donde conoció el amor en los brazos de Aitay,” la bendecida”, la cual le dio seis hijos, todos ellos cambiantes como él. Una vida donde vio prosperar a su pueblo, y donde guardo con celo el recuerdo de una vida soñada por los dioses, de un lugar perdido en las arenas del tiempo.
Los encuentros se fueron repitiendo cada vez más espaciados, y un día de invierno muchos años después, el viejo y cansado Kentu, se preparo para su último viaje. Todo el mundo en la aldea pasó a despedirse de él y desearle suerte en su último viaje, aunque los cambiantes solían vivir el doble que un humano, Kentu, era un caso excepcional entre ellos, había vivido casi tres veces más, pues su sangre era singularmente poderosa. Pero el fin estaba cerca y en ese momento cerró los ojos y soño con su amado paraíso azul, con Sutej, con Anuket, con el palacio de los espejos y la avenida de las fuentes y sobre todo soño con el calor de tantos otros a los que echaba de menos, sus padres, sus hermanos, y aquellos maravillosos seres que habían traído la armonía al mundo. Intento evocar nuevamente y por ultima vez el recuerdo de ese mundo, cuando sintió como era envuelto en la más absoluta oscuridad, perdiendo la noción del tiempo. Cuando abrió los ojos alertado por el inconfundible olor de los titánicos jardines colgantes de su ciudad soñada, no pudo contener la lagrimas. Camino lentamente por las avenidas iluminadas por una luz turquesa que parecía robada directamente a los dioses, ningún hombre, o criatura podía imaginar ese lugar, la morada de los dioses, el sueño eterno. Kempu escucho unos pasos detrás de el y se dio la vuelta tranquilamente, esperando encontrar a Anubis para que le llevara al juicio por su alma, pero encontró a un viejo amigo, eternamente bello, eternamente joven.

-Ya estás en casa amigo mío, ya estás en casa, dijo Sutej mientras sonreía.