capitulo 10 Akenatón

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Cuando Akenatón entro en la sala de audiencias, acompañado por el misterioso mago y por su esposa la reina Nefertiti, encontró esperándole a todos y cada uno de sus más allegados súbditos. Entre ellos como no podía ser de otra manera, se encontraba el jefe de la seguridad en palacio, el infalible Alkair, el gran médico real Kairka y desde luego su favorita la bella Anuk . Pero los ojos del faraón se habían encontrado con los de la persona con la que más deseaba hablar en ese momento y ese no era otro que su tyaty, el poderoso Kal-el.

-Que llamen inmediatamente a Seti, voy a dictar unos cambios en palacio y unas nuevas normas que se ejecutaran de inmediato.- Akenatón estaba ostensiblemente molesto.

- Kal –el, este es mi nuevo Sacerdote de Atón en palacio. - Dijo el faraón mientras el mago daba un paso adelante. - Todos estáis supeditados a sus órdenes, el ahora es mi voz, mi consejero y mi médico personal. - Akenatón miro con orgullo y desdén a sus súbditos esperando que alguno se atreviera a contestarle para poder ejecutarle de inmediato, pero nadie dijo palabra alguna y un silencio incomodo se instalo en la sala.

- Mi nombre es Henutsen, y en estos momentos de dolor por la pérdida de dos de nuestras princesas, no puedo olvidar, que su muerte ha sido debida sin duda a la debilidad y la traición. Debilidad de aquellos que adoraban a dioses falsos en detraimiento del único dios verdadero el gran Atón. Y traición por ser cómplices y resguardar a proscritos y herejes dentro de los muros de esta ciudad bañada por la luz. Esta noche para dar ejemplo un centenar de adoradores de antiguos dioses serán ejecutados. Akenatón como máximo responsable del orden, no puede permitir que se dañe el Maat. - El mago que había dejado en segundo plano al faraón, también miraba desafiante a los presentes.

Una vez terminadas sus amenazas ordeno entrar a su guardia personal. Ocho corpulentos guerreros ataviados con extrañas ropas, todos ellos con abalorios que les identificaban como fieles devotos de Atón. Su misión principal era custodiar el pasillo que daba a los aposentos reales, pero también la de hacer “desaparecer” a aquellos que se opusieran a los planes de su señor.
Uno por uno el faraón fue dando órdenes expresas a sus súbditos. A kairka le relevo de su mando al frente de los médicos de palacio y le puso bajo las ordenes de Henutsen, el cual ya había anunciado que dirigiría personalmente las embalsamaciones de las princesas. Esta noticia turbo el animo de Kairka, pero al mismo tiempo reafirmo sus ideas de forzar un cambio en el “Horizonte de Atón”. Seti también se vio obligado a estar bajo la supervisión de un nuevo escriba, que provenía de la lejana Babilonia. Aunque bien poco le importaba eso al diminuto maestro del papiro, pues el arrogante mago ya le había dejado claro que las habitaciones que le había sugerido eran indignas de su estatus, y que prefería las más cercanas a Akenatón. Seti solo pudo sonreir por dentro, no quiso que su satisfacción pudiera notarse en su rostro, asi que permaneció impávido ante sus nuevo rol. No corrió más suerte ALkair, que vio como la guardia personal de akenatón organizaba toda la guardia de palacio usurpándole sus poderes y sus tareas. Alkair se había visto convertido en tan solo en unas horas, en un mero soldado más, eso si todavía por encima en rango de sus antiguos soldados.

Con Kal- el las cosas parecía que se hacían con más delicadeza, y si bien el mago le había reemplazado en el tema religioso, sus otras tareas habían quedado intactas, pudiendo seguir organizando la parte diplomática de palacio, junto a los altos cargos de la Casa Jeneret.

Por último quedaba la bella Anuk, su papel en estos diás de dolor sin duda seria consolar al faraón, pero este había tomado una polémica decisión sin precedentes. En privado había ordenado a Anuk que visitara los aposentos de Henutsen esa noche. Semejante acto no puedo humillar más a la joven bailarina, que hizo valer toda su entereza para no caer de rodillas al suelo sollozando. Mantuvo el tipo y respiro profundamente, mientras aceptaba la orden.
Iba a ser una noche muy larga, y todos esperaban que Akenatón entrara de nuevo en razón, por las buenas o por las malas.